Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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100046
Legislatura: 1882-1883
Sesión: 9 de diciembre de 1882
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 6, 73-74
Tema: Rectificando al Sr. Duque de la Torre en el de bate sobre política general.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Señores Senadores, si lo ocurrido en esta Cámara el día a que el Sr. Duque de la Torre se ha referido no hubiera tenido lugar en presencia de todos los Sres. Senadores, yo tendría una grandísima pena, porque podría creerse que en efecto estuve tan duro con mi ilustre amigo, que le había dado motivo, y motivo justificado, para la acritud con que me ha tratado hoy; pero como todo el Senado lo presenció, y después lo habrá leído todo el país, estoy tranquilo, Sr. Duque de la Torre, porque no habrá nadie que diga que he faltado ni al Senador, ni al distinguido amigo, ni jamás le he faltado en la consideración, en el cariño que por espacio de mucho tiempo nos ha unido. No, Sres. Senadores: no me oyó bien cuando cree que le traté con desdén y que le despedía con indiferencia; jamás se han podido pronunciar palabras más cariñosas, más elocuentes sí, pero más cariñosas imposible, cuando yo extrañaba ver a S. S. enfrente de mí después de tanto tiempo como hemos estado unidos, y unidos hemos atravesado tantas y tantas vicisitudes.

Puede buscar otros pretextos S. S. si no quiere seguir en mi compañía o no quiere que yo siga en la suya; pero no busque los motivos de desdén por parte mía, porque no los ha habido ni aquí ni fuera de aquí en sitio alguno. Quisiera, porque me importa mucho esto, quisiera que S. S. me dijera qué frases, qué palabras, no sólo por su propia significación, sino por el tono en que pudieran ser pronunciadas, han lastimado a S. S.; y siento mucho que no me lo advirtiera en el acto, porque en el acto las hubiera retirado y en el acto hubiera condenado mi torpeza. (Muy bien, muy bien.) Pero en lugar de eso, Sr. Duque de la Torre, ¿no acabó S. S. su rectificación dándome las gracias por la benevolencia con que le había tratado? ¿No os acordáis, Sres. Senadores? Pues, ¿cómo en aquel día, cuando acababa de oírme y me estaba viendo, creía S. S. que le había tratado con benevolencia y cariño, y hoy, después de lo que ha pasado, entendía que le traté con acritud? No, Sr. Duque de la Torre: si todavía S. S. cree que alguna de mis palabras le ha podido lastimar, desde ahora la doy por retirada. No necesito para defender mi posición ofender en lo más mínimo a S. S. ni he de perderle, porque me combata, el cariño que tanto tiempo nos hemos tenido, por más que existan entre nosotros, quizás, quizás momentáneamente, diferencias políticas. Conste, pues, que ni por un instante he dejado de tener a S. S. el cariño que le debo y la consideración que se merece, y que yo con mucho gusto le conservo.

Después de esto, ¿qué voy a decir al Sr. Marqués de Molins? Siempre resulta confirmado que SS. SS. no pueden de ninguna manera prestar su concurso a un partido cuyo programa principalmente consiste en restablecer la Constitución de 1869, porque sería tanto como contribuir a su restablecimiento. En efecto; en todo lo demás, si SS. SS. Dan el concurso a la izquierda, ¿por qué no lo dan al partido liberal gobernante, puesto que éste se halla dispuesto a realizar todo el programa expuesto aquí por el Sr. Duque de la Torre, pero dentro de la legalidad vigente? De manera que SS. SS. no pueden prestar ese concurso fundándose en cambios de Constituciones, y por lo tanto no lo pueden prestar tampoco, al menos de una manera formal y seria, para la creación de un partido que viene a ser, según dicen, más liberal que nosotros. Si les asustamos a SS. SS. por demasiado liberales y se intenta formar un partido más liberal todavía, ¿cómo van SS. SS. a ayudar a ese partido procediendo leal y noblemente? (Muestras de aprobación.) Los partidos políticos que tienen mucho pesimismo deben tener por lo menos la prudencia de ocultarlo.

Siempre resultará lo que antes dije: primero, que ni directa ni indirectamente podéis ni debéis, si queréis continuar siendo conservadores, prestar concurso a la izquierda; y segundo, que la izquierda no tiene motivos ningunos de principios y de programa para separarse del partido liberal gobernante. (El Sr. Duque de la Torre: Pido la palabra.) Que si se separan, serán porque quieran, pero no porque mi partido, ni yo en particular, hayamos dado motivo ninguno para esta separación.

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Duque de la Torre tiene la palabra.

El Sr. Duque de la TORRE: Yo ni he querido ni quiero separarme, sino sencillamente que se cumplan los compromisos que en la oposición se han contraído y mantenido.

No he podido oír bien al Sr. Presidente del Consejo de Ministros, porque entre los achaques que la vejez me ha traído, se halla el encontrarme un poco tarde de oído. De manera que las palabras que yo he creído poco amistosas del Sr. Presidente del Consejo el otro día, no las he oído, las he leído.

Por lo demás, debo añadir una cosa: que los señores conservadores ayer mismo, no en conversaciones particulares, sino públicamente, han manifestado que, si se amplía o modifica de algún modo la legalidad común, tienen el propósito de aceptarla, naturalmente discutiendo y sosteniendo sus principios. Este es el gran compromiso y el gran concurso que nos han ofrecido. (Grandes y prolongados rumores.)

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Señores Senadores, he pedido al Sr. Duque de la Torre que me dijera qué palabras de las pronunciadas por mí han podido mortificarle. Su señoría dice que no las oyó, sino que las ha leído. Si quisiera decírmelas, las retiraría concretamente, sabiendo lo que retiraban; si no, y de cualquier modo, también las retiro. Toda palabra pronunciada por mí, leída, ya que no oída por S. S., que le haya mortificado, queda retirada y como no dicha, y lamento mi torpeza al haber expresado algo contra mi voluntad. De todas suertes, bueno fuera que S. S. dijera qué palabras le habían ofendido, porque es posible que S. S. haya leído lo que yo no haya pronunciado. Los periódicos han publicado varios extractos de mis discursos, y cada cual hace el extracto como puede y lo juzga mejor, y es posible por tanto que haya leído S. S. frases que no haya pro- [73] nunciado, pues no recuerdo que a ningún Sr. Senador le extrañara ninguna de las que dirigí a S. S.

Yo decía que el Sr. Duque de la Torre tenía sus motivos para haber estampado en su programa las palabras que de su programa leyó. Algún conservador ilustre le habrá inducido por lo visto a ese error. Claro está, en términos generales no hay que decirlo, ni mucho menos una persona que ocupa el escaño de legislador. Toda Constitución, toda ley que las Cortes hagan y el Rey sancione, ha de ser por todos respetada. Es verdad; pero eso, Sr. Duque de la Torre, por decir mucho no quiere decir nada. Por esa razón les pregunto a SS. SS.: ¿por qué no respetan y acatan la Constitución del 76, y con ella se aprestan a gobernar? Y concluyo con esta pregunta al partido conservador, que hace necesaria la indicación del Sr. Duque de la Torre: ¿están dispuestos los conservadores a ayudar directa o indirectamente al restablecimiento de la Constitución de 1869? (En la minoría conservadora: No, no.) ¿No? Pues entonces no hay concurso. (Risas. Muestras de aprobación.) Por consiguiente, el Sr. Duque de la Torre ha dado autoridad a palabras sin duda respetables, pero que no eran fiel reflejo de la opinión del partido conservador.

Y puesto que S. S. ha dicho en el programa que sin el concurso patriótico del partido conservador su señoría no hubiera intentado realizar ese movimiento, yo espero todavía que no lo concluya, y que termine a pesar de haberlo iniciado. Su señoría nos acaba de decir que le basta para estar con nosotros que cumplamos todos los compromisos contraídos en la oposición; y como estamos cumpliendo todos esos compromisos en la medida del tiempo que tenemos y en la extensión que las circunstancias nos permite, y tenemos además los trabajos preparados para cumplirlos en todo, resulta que el Sr. Duque de la Torre, sin violentar mucho sus propósitos, sin esforzar apenas su voluntad, no puede nunca separarse del partido liberal. Él dirá que está separado, pero en realidad está unido. Lo único que hará, contra sus mejores deseos, será poner dificultades, inconvenientes y obstáculos al partido liberal, del que ha sido digno jefe, y en el cual hay todavía para él mucho cariño y mucha consideración.



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